17 de mayo de 2014

Artículo por: Aquiles Montaño Brito

Hace unos días, el presbítero de Huitzilan de Serdán, José Martín Hernández Martínez, hizo pública una carta de sin igual creatividad en la que “denuncia” un sin fin de arbitrariedades cometidas por el Movimiento Antorchista, amparado en que ostenta el poder político del municipio y en “el borreguismo” -dijo desde el púlpito- de los huitziltecos.

La carta de marras, enviada al presidente municipal, Manuel Hernández Pasión, con copia a medios nacionales, contiene 13 rúbricas que la “avalan”, entre la cuales algunas se repiten y otras, según versión posterior de los firmantes, fueron escritas sin que se les indicara exactamente qué era lo que estaban acreditando. En fin, que la forma es fondo, daremos puntal respuesta a los más importantes asuntos que se tratan  en la epístola -que los demás son bazofia pura- porque a los antorchistas que profesan la religión católica en el municipio les ha incomodado el trato que, de un año y siete meses a esta fecha, a su organización y a ellos se ofrece desde el púlpito, en conversaciones callejeras y en la propia nota de la que hablo. Quiero expresar lo que pienso, cuanto más que no inició de este lado la pelotera y que se trata de una clara violación a la Constitución Política de los Estados Unidos Mexicanos que ordena la abstención de la participación de la Iglesia en los asuntos políticos del país.

La primera parte de la carta es un compendio de supuestos “acontecimientos sucedidos en la vida y en el quehacer” de Huitzilan de Serdán que han causado “el sentir y preocupación generalizados (¿?) de indignación (¡¿?!) e impotencia (¡¡¿¿??!!) de la población” de los que no se da mayor prueba que la humana afirmación del cura José Martín Hernández, como veremos a detalle. Vale para Dios no dar pruebas, pero ¿y para los hombres? Y como ya se dijo que un buen hombre no debe dar falso testimonio contra su prójimo, lo más correcto sería ofrecer, acompañando la acusación, dos o tres hechos que la sustentaran. Vamos, pues, a las bachillerías.

Para empezar, la carta nos acusa, al ayuntamiento y a los “simpatizantes del grupo en el poder”, de la “destrucción del bosque, del predio el Ocotal (...) con la promesa que ahí se construiría el hospital integral”, pero el autor no se pone a pensar en tres cosas: primero, que toda urbanización implica necesariamente destrucción parcial y obligada de la naturaleza; en los cimientos de la misma casa que él habita antes hubo flores, árboles y animales que tenían un mundo y ahora ya no. Y con ello no quiero decir que esté de acuerdo con la destrucción de nuestro entorno, pero ¿un hospital se puede construir en el aire? Segundo, que el predio para la construcción del hospital integral no lo eligió el gobierno municipal sino el estatal, por reunir las condiciones para tal efecto y que, según su versión, es el único lugar con las mismas características que existe en zona accesible para la población; de donde se deduce que aquí el gobierno municipal no tiene culpa en absoluto. Tercero: que el hospital es una añejísima demanda de los campesinos huitziltecos y de los pueblos vecinos, y que, de hacerse realidad, vendrá a solucionar un grave problema al que nadie, salvo el Movimiento Antorchista, le había puesto atención. “Amo el canto de Cenzontle… pero amo más a mi hermano el hombre”, dijo el Rey poeta.

También se nos acusa de que “la impartición de justicia (…) deja mucho que desear, pues -alega- si el infractor de la Ley es familiar o simpatizante del grupo en el poder no se aplican Reglamentos ni Bandos, ni Leyes (sic, sic, sic y sic)”. ¿Y cuántos de estos casos? ¿Quiénes son los delincuentes a quienes no se les aplica la ley? ¿Son los familiares del presidente actual? ¿Los del anterior? ¿Los del líder de Antorcha? Nadie lo sabe porque el autor no da una sola prueba. Pero según el razonamiento, vale la contraria: o sea que a los que no son familiares o simpatizantes sí se les aplica, y duro, la ley. ¿Cuántos de ellos? ¿Revisó acaso expedientes? ¿Aunque sea alguno? ¿Un ejemplo? ¿No? Bueno.

Pero ahí no se queda el autor. También dice que en Huitzilan de Serdán, sí, en Huitzilan, se aplica “la represión y tortura a jóvenes que por alguna circunstancia caen en manos de la fuerza policíaca municipal”. ¡Válgame Dios! ¿Estamos hablando de la tortura como la que aplicaba hace muchos años el Santo Oficio? ¿De ese tipo de tortura? ¿Con los mismos métodos? ¡Es cosa de escándalo! ¿Y, otra vez, no da ni una prueba?

Y la última que me interesa: “En el caso de enfermos, apoyo económico y de traslados a hospitales de diferentes ciudades, en forma incondicional si es afín a la organización antorchista, de lo contrario, se le condicionan los apoyos o de plano se les niegan”, acusa el autor. No es cierto, y lo demuestro con una prueba: la falta de pruebas de aquel que nos señala con dedo flamígero. De fijo, todos los días sale una camioneta en la que viajan los enfermos huitziltecos a la ciudad capital del estado, para ser atendidos en los hospitales que su padecimiento requiera. Dígame usted, qué otro ayuntamiento de la zona hace lo mismo, qué otro presidente municipal de la zona cada día traslada enfermos. ¿Y no esto demuestra, una vez más, la urgencia de un hospital integral en Huitzilan? Pero supongamos, sin conceder, que fuera cierto que se le niega el traslado a los que no son afines “a la organización antorchista”, ¿no acaso esto demostraría, con reforzadas razones, la urgencia de un hospital para que todo mundo pueda curarse, sin distinción de ideas políticas? Ah, pero usted es amante voluntarioso de la naturaleza.

El autor, en su carta, nos acusa de “opresión” sobre los campesinos huitziltecos para “dar la impresión de mantener la paz y el orden” en el municipio, y eso, con perdón de él, es una mentira. Cada una de las sentencias que expone a lo largo de su carta lleva el veneno que divide a los pueblos. ¿Y sabe el autor qué había cuando en Huitzilan había realmente una división? Opresión. Muerte. Asesinatos. Injusticia. Miseria. A lo largo de 30 años Huitzilan se ha ido reconstruyendo y ha comenzado a dar pasos seguros para librarse del rezago en que se encontraba, y la gente organizada -que es la mayoría de la población- ha sido la protagonista. Usted no conoció al Huitzilan en el que no había paz ni orden. Usted no conoció al Huitzilan en el que los cuerpos baleados se pudrían en la calle porque no había permiso para levantarlos y darles sepultura. Usted no conoció el Huitzilan en el que no había escuelas. No conoció el Huitzilan en el que no había luz. No conoció el Huitzilan en el que la iglesia estaba cerrada y lo caciques querían quemar al presbítero. Los indígenas y Antorcha sí lo conocieron, y ambos ofrendaron su cuota de sangre para librar al municipio de los caciques y sus pistoleros. No queremos dividirnos, porque eso es volver sobre nuestros pasos. Queremos paz y progreso; y nada más. Por eso, hacemos un llamado al Gobierno del Estado de Puebla y a la Arquidiócesis para que intervengan en su calidad de representantes del Estado laico uno y la grey católica otra y se le ponga un alto total a las arengas que dividen a un pueblo que progresa. Vale.


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